Buscamos.
No hacemos otra cosa.
Buscamos sentido, buscamos razones, buscamos explicaciones, buscamos remedios, buscamos amor, buscamos vida.
Y en el diccionario que creemos ser buscamos definiciones y manuales. ¿Cómo se relaciona un hombre con una mujer? ¿Cómo se llega a ser buena madre? ¿Cómo se logra ser buen amante? ¿Cómo se alcanza la felicidad?
En el instante en que esas preguntas u otras hacen sangrar es cuando alguien busca psicoterapia. Y en el momento en que esa persona encuentra un terapeuta orientado por el psicoanálisis se abre el abismo.
Resulta que uno va al terapeuta esperando que le hablen, esperando encontrar palabras y definiciones externas que complementen las suyas. Sin embargo, en lugar de eso encuentra silencio, mucho silencio y deseo de escuchar.
En ese punto uno se encuentra confrontado a sus propias palabras. Palabras que han tejido su historia, palabras que proyectan la sombra de deseos propios insoportables, palabras que, en la terapia, desbordan a quien habla, el cual se descubre no hablándolas sino siendo hablado por ellas.
Es ahí que se abre el abismo de la soledad.
Antonio Machado ya lo anticipaba en uno de sus libros de poesía. Lo tituló Soledades. Es justo eso de lo que se trata. Hay distintas soledades. Todas ellas hirientes, todas ellas subversivas. Si bien es cierto que hay soledades más soportables que otras.
La soledad que se abre en la terapia orientada por el psicoanálisis es una soledad acompañada.
En ese tipo de terapias la persona recorre el camino que el lenguaje marcó sobre su cuerpo. Primero lo hace a través del sentido y de la historia. Cuando acaba este tiempo muchas personas cierran la terapia. Estar un poco mejor es suficiente en estos días. Pero también hay quien sigue. Entonces ese sentido, esa historia, pasan del primer plano a ser sólo el color del cuadro. Ahí todo sentido, toda historia, se diluye en el sonido de ciertas palabras que resuenan en su cuerpo. Vivir el esqueleto, el esquema de lo que uno suena, otorga libertad. La prisión del cuerpo, que a su vez toma como prisionera la mente, se abre. Y entonces uno puede maniobrar. Si no cede ante esto, la vida cambia.
Pero siempre es en soledad. Una soledad de la que el terapeuta es testigo, que el terapeuta sostiene y de la cual el terapeuta impide su desbordamiento.
Es la soledad de la persona ante el sonido que sale de su garganta. Un sonido que resuena y retumba, que marca su cuerpo y lo orienta en la vida.
El psicoanálisis no deja de escribir sobre ello. Utiliza la teoría que se infiere de la escucha y da nombres, crea palabras. Así habla de deseos, de identificaciones, de neurosis, de fantasmas, de pulsión, de significantes… Pero en el fondo sólo enmarca la soledad de la persona ante su propia palabra.
La libertad en esencia es eso, decir algo y sostener ese decir con el cuerpo.
Un acto libre es un acto solitario.
Hay belleza en los tropiezos que esa soledad provoca a través del lenguaje. Uno trata de ceñir mejor, de decir mejor, de definir mejor. Y siempre se fracasa, puesto que no se puede decir todo de nada.
Es por ello que alguien sostuvo al final de su vida que el psicoanálisis era una estafa, ya que no lograba hacer transparente el cuerpo por la palabra. Y aún así, igual que ocurre con las soledades, hay fracasos más exitosos que otros.
El fracaso del psicoanálisis es exitoso. Pues logra cambiar la vida.
El terapeuta orientado por el psicoanálisis lee. Lee las palabras que vacían el cuerpo de la persona, que lo sostienen y que le hacen sufrir.
No existe una cura en psicoterapia que no sea a través de la palabra, ya que es la palabra la que enferma.
En ese ejercicio de lectura de la soledad más libre se puede aprender algo.
Que todo sigue siendo un misterio, que lo insondable comanda, que la decisión de la persona es su único legado.
La soledad de la psicoterapia y la angustia que siempre acarrea, el camino desolado ante los sonidos que nos han marcado. Esa es la única promesa sólida del psicoanálisis.
Es una promesa pequeña, es una promesa diminuta. Pero es la única promesa ética.
Es una promesa ínfima, es cierto. Pero es la única necesaria.
Sólo en el fracaso uno adviene humano.
La soledad de la psicoterapia posibilita fracasar por los buenos motivos.
Escrito por Jesús Rodríguez de Tembleque Olalla
Psicólogo clínico del equipo Ágalma
«En el fondo sólo enmarca la soledad de la persona ante su propia palabra»
Maravilloso..!!