Aprovechando que en menos de un mes estaré compartiendo reflexiones y debates con mis queridísimos amigos de la Otra psiquiatría en Valladolid, me permito introducir un pequeño trabajo preparatorio sobre el interesantísimo tema que se ha elegido para las jornadas de este año: el poder.
Cuando aparecen unidas en una misma frase o texto las palabras “psiquiatría” y “poder”, a los que nos dedicamos a esto (trabajadores de la psique humana), inevitablemente nos viene a la mente la cabeza calva, el rostro lampiño y la mirada decidida enmarcada tras unas finas gafas del filósofo francés Michel Foucault.
No es gratuito que su imagen nos aparezca evocada, ya que Foucault dedicó su vida a desentrañar las relaciones entre el poder y el saber. Y en pocas áreas del saber estas relaciones de poder y con el poder aparecen tan explicitadas como en la psiquiatría, por supuesto evidenciadas gracias al trabajo de Foucault.
Precisamente su tesis doctoral Historia de la locura en la época clásica inaugura la vocación de su vida, que se jugó entre el poder y el saber, justamente tomando a la psiquiatría como modelo representativo.
En esta entrada comentaré sin profundizar demasiado algunas ideas clave de Foucault en relación al poder y al saber.
Hace unos días se difundió por las redes sociales un vídeo en el que una persona tomaba la función de portavoz de un colectivo de personas diagnosticadas de trastorno mental. En dicho vídeo, en la sala de plenos del ayuntamiento de Cádiz, se daba testimonio respecto a algunas prácticas sobre el cuerpo realizadas a estas personas por parte del personal sanitario de salud mental. Concretamente se denunciaba el uso de la contención mecánica (sujeción mediante correas a la cama que busca la inmovilidad total o parcial de la persona). Este es el vídeo por si os interesa.
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=6zQOb-K6mvQ&feature=share[/youtube]
Este vídeo no ha gustado nada a muchos profesionales de la provincia donde vivo que trabajan en el sector público de la salud mental. Es comprensible porque la mayoría de ellos militan en la sanidad con una vocación de ayuda, no de control social. Sin embargo, el valor de este testimonio corre el riesgo de perderse al situarlo como producto de una lucha entre “ellos o nosotros”, por ambas partes. Quiero decir que ubicar el testimonio del vídeo como una opinión meramente subjetiva o experiencial de la persona que habla (por parte de los profesionales) o ubicarlo como prueba de una coerción absoluta llevada a cabo por los profesionales (por parte del colectivo de personas diagnosticadas de trastorno mental), hace perder de vista los puntos clave del discurso en que están inmersos tanto los profesionales como los denominados “pacientes”.
Este es uno de los puntos principales en los que se basa Foucault, a saber, las características de ciertos discursos.
Para Foucault hay algunos discursos (políticos, filosóficos, científicos, religiosos…) que no sólo causan efectos sobre las personas que están inmersas en ellos (ya sea las que los enuncian, defienden o contrarían, ya sean las que son influidas por ellos), sino que esos efectos van mucho más allá de esas personas. Además, dichos efectos surgen y se manifiestan en ciertas prácticas de poder respecto al cuerpo de los individuos. En otras palabras, esos discursos nacen de relaciones de poder y se materializan en relaciones de poder que toman como objeto el cuerpo de las personas.
Considero que esta es la idea que hay que tener presente a la hora de escuchar el testimonio del vídeo. Las palabras de la portavoz trascienden su experiencia propia igual que el discurso que habita trasciende su subjetividad. Para decirlo en términos más simples, la cuestión no es denunciar que se practique la sujeción mecánica de tal forma o tal otra, la cuestión es que esas palabras testimonian que eso efectivamente se hace. Por tanto, más que criticar la cualidad de la persona que habla, el diagnóstico que tiene, su actitud ante los ingresos o los profesionales, considero que un profesional ético debería al menos preguntarse por qué sigue existiendo la contención mecánica y para qué se realiza. Preguntárselo no en nombre del saber psiquiátrico que lo indica (con sus criterios y sus protocolos), sino preguntárselo sobre la base de cómo ese saber ha llegado a ese punto y qué se obtiene (a nivel más general) con eso.
Esas son justo las preguntas de Foucault. Él comienza a perfilar una respuesta con la idea de que el punto crucial de esos discursos consiste en que las relaciones de poder y coerción que ejercen sobre el cuerpo de los individuos se realizan en nombre de un saber. Esta cuestión es muy visible en el ámbito de la psiquiatría (pero no se da exclusivamente en ella). Es decir, la sujeción mecánica, la sobremedicalización anestesiante (muchas veces sin controles exhaustivos), los electroshocks o los ingresos involuntarios que la psiquiatría practica tienen su base en un saber sobre los individuos, sobre su subjetividad y las patologías derivadas de la misma.
Pero si esas prácticas de poder sobre el cuerpo están basadas y justificadas en nombre de un determinado saber, ¿de dónde ha surgido ese saber? ¿Cómo han surgido esos saberes, por ejemplo la psiquiatría, la criminología o la justicia moderna, los cuales se valen de esas técnicas de poder? Estas preguntas muestran la ruptura que supuso el pensamiento de Foucault en el ámbito de la epistemología.
La epistemología es una rama de la filosofía que estudia de qué forma surge el conocimiento, el saber; estudia los mecanismos que están implicados en ello para poder entender cómo llegamos a conocer lo que conocemos.
A diferencia de otras corrientes epistemológicas, el punto de vista de Foucault se hermana con el filósofo Nietzsche. Foucault hace lo que él mismo llama una “arqueología del saber” para poder responder a la pregunta ¿cómo llegamos a conocer lo que conocemos?
¿Qué es una “arqueología del saber”? Es un método de trabajo que consiste en una inmersión e investigación exhaustiva de textos filosóficos, políticos, religiosos, judiciales, científicos, literarios, periodísticos, etc. de distintas épocas (desde la Edad Media hasta el siglo XIX incluido) para ver qué puntos en común hay entre textos de la misma época pero de diferentes ámbitos y en qué se diferencian de lo común que existe entre esos mismos ámbitos distintos pero de otras épocas en lo que se refiere al surgimiento de ciertas disciplinas del conocimiento. Es decir, es un verdadero trabajo de arqueología que permite entender cuál ha sido el punto de origen de ciertas ideas que se dan por supuestas en la actualidad, que se toman como naturales pero que no lo son, sino que en realidad son construcciones con siglos de evolución e influidas desde diversos ámbitos del conocimiento y la política.
Este método de trabajo está presente en mayor o menor medida en todas las obras de Foucault, pero quizá su representante más esencial sea su libro Las palabras y las cosas. Allí investiga el nacimiento de lo que a partir del siglo XIX se conocerán como lingüística, biología o economía. Investiga sus raíces y las condiciones que posibilitaron su surgimiento.
Utilizando este arduo método de trabajo, Foucault le da la vuelta a la forma de pensar que mantienen por ejemplo ciertas áreas de la epistemología o la historia de la ciencia. La historia de la ciencia tradicional sostiene que hay a lo largo de la historia de la humanidad un determinado objeto de conocimiento esperando a ser descubierto y, por tanto, de lo que la historia de la ciencia da cuenta es de las diversas aproximaciones que se hicieron a lo largo de los siglos hasta conseguir aislar del todo ese objeto del conocimiento, que había estado desde siempre pero que sólo con los avances científicos o técnicos pudo ser observado en su totalidad.
Imaginemos por ejemplo el objeto de estudio de la psiquiatría: las enfermedades mentales. Según la historia de la ciencia, estas enfermedades habrían existido siempre como entidades naturales. Esta argumentación se sostiene en los textos que desde Hipócrates hasta la psiquiatría del siglo XIX dan cuenta de esta existencia. Por lo tanto, habría una entidad natural existente desde siempre (las enfermedades mentales) que, gracias a los avances que se hicieron a lo largo de la historia, pudieron ser aisladas y estudiadas en toda su plenitud por la psiquiatría.
Para Foucault esta cuestión no es así. Sumergiéndose en muchísimos textos de diferentes ámbitos y de distintas épocas, Foucault descubre que la locura existe desde siempre, pero que de ninguna manera existe como enfermedad mental. El concepto de “enfermedad mental” es exclusivo del siglo XIX y del nacimiento de la psiquiatría. Antes de esa época la locura era considerada universal, constitutiva de la razón, defendida por el cristianismo y encerrada en el mismo lugar que otras desviaciones (perversiones, delitos, libertinajes…)
Haciendo un desarrollo que no voy a exponer aquí Foucault le da la vuelta a lo que la historia de la ciencia venía defendiendo: no es que la psiquiatría sea el paso último para estudiar enfermedades mentales que existían desde siempre, sino que el concepto de “enfermedad mental” posibilitó la existencia de la psiquiatría, la hizo nacer. Cuando en el ámbito epistemológico se crearon las condiciones de posibilidad para llamar a la locura “enfermedad mental”, fue que la psiquiatría nació como ciencia médica. Mientras esas condiciones de posibilidad eran inalcanzables, la existencia de la psiquiatría era imposible.
Por tanto, lo que el método arqueológico de trabajo de Foucault descubre es que muchos de los objetos de estudio de las ciencias médicas, sociales o humanas que se piensan que son positivos, naturales, independientes de la política, objetivos y sólidos, en realidad son solo construcciones sociales. Sólo existen porque en un momento determinado se produjeron ciertas condiciones de posibilidad que facilitaron su surgimiento. Es decir, lo que parece un objeto real, existente independientemente del observador (enfermedades mentales, sexualidad, riquezas…), en realidad son constructos que, para surgir en el ámbito del conocimiento humano, dependen de ciertas condiciones sociales y políticas. Esta idea es la que lleva a Foucault a dar el paso siguiente a la sentencia de Nietzsche. El filósofo alemán afirma “Dios ha muerto”, Foucault dirá “el ser humano no existe”.
¿Por qué suelta Foucault esta afirmación aparentemente radical? Precisamente porque todo lo que define al ser humano desde la ciencia, la epistemología y el conocimiento al final no es natural, no ha existido desde siempre. Sólo es el producto de una serie de condiciones sociales y políticas que hicieron que surgieran los saberes propios del hombre como ciencias (antropología, sociología, psiquiatría, psicología, criminología, historia, lingüística, biología, economía…) Es decir, las ciencias humanas (las ciencias que tienen que ver con el hombre) en su fondo son construcciones que arrastran los efectos de la historia, el saber, la política, la filosofía de otras épocas, pero que han sido elididos. O sea, las supuestas ciencias modernas del hombre han separado estos saberes de su concepción actual, pero siguen arrastrando sus efectos y sus consecuencias.
Entonces, si el objeto de estudio de las ciencias humanas en realidad no es algo objetivo sino que depende de condiciones sociales y políticas, ¿cuáles son esas condiciones sociales y políticas?
Foucault responde de manera contundente: las condiciones sociales y políticas que permiten que ciertas cuestiones accedan al ámbito del conocimiento y se constituyan como saberes o ciencias están fundadas en el poder.
Para Foucault el poder no es algo sólido y jerárquico. Es decir, el poder no se reduce a la presión que la clase política dirigente realiza sobre el resto de las personas (aunque evidentemente esto existe). Para Foucault el poder es más maleable, es algo que fluye en todo ámbito humano y que va cambiando de manos continuamente, que se acumula a veces en algunos sitios y otras en sitios distintos. Para Foucault el poder es como una malla, como una red que cubre todo lo que tiene que ver con el ámbito humano.
Vamos a seguir con esta metáfora. Una red se compone de una malla que está atravesada por espacios vacíos. Si esa malla se tensa en ciertos puntos, habrá ciertos espacios vacíos más amplios que otros. Esos espacios vacíos son justo las condiciones de posibilidad del surgimiento de objetos de conocimiento que constituirán saberes o ciencias. Pero esos espacios vacíos dependen de que la malla de poder se haya tensado en ciertos sitios. Si no se hubiera tensado allí, no existiría ese espacio vacío que produce un determinado objeto de conocimiento o ciencia. Si se hubiera tensado en otro lado, habría producido otra ciencia distinta.
Voy a ilustrar esta idea con un ejemplo tomado de Historia de la locura en la época clásica. Foucault va analizando qué condiciones de poder permiten que surja la psiquiatría como ciencia de la enfermedad mental en el siglo XIX.
Resulta que una de las condiciones de poder social que permite este surgimiento es el hermanamiento de la medicina con la justicia. ¿Cómo se produce ese hermanamiento? Foucault nos dice que en la época clásica (siglos XVII y XVIII) había, por lo que se refiere a la locura, dos ámbitos perfectamente separados en los que la medicina refrendaba decisiones que se tomaban al margen de ella. Estos ámbitos eran el jurídico y el policial (soy yo quien lo llama policial, no Foucault, él habla de orden social).
En el ámbito jurídico, los jueces establecían quién estaba loco y si se le podía considerar responsable según el derecho por lo que había hecho. En el ámbito policial, los cuerpos de oficiales podían arrestar a alguien que estuviera perturbando el orden afirmando que estaba loco (estoy simplificando mucho, pero es para que se entienda). Estos ámbitos estaban completamente separados el uno del otro y la medicina podía ser consultada en cualquiera de ellos, pero la medicina quedaba completamente al margen de estos dos ámbitos.
Que estos dos ámbitos estuvieran separados significaba que un “loco” podía serlo desde el punto de vista jurídico, pero no serlo desde el punto de vista del orden social, y al revés: un “loco” podía serlo desde el punto de vista del orden social, pero no serlo desde el punto de vista jurídico.
Ahora bien, llega un momento temporal (finales del siglo XVIII y principios del XIX) en el que estos dos ámbitos se hermanan, es decir, no pueden existir el uno sin el otro. A partir de la unión de la justicia con el orden social en relación con la locura cambia la concepción: ahora el loco desde el punto de vista jurídico es seguro que perturba el orden social y al revés: si alguien perturba el orden social ha de estar loco desde el punto de vista jurídico.
Aquí vemos la tensión de la malla de poder, que produce un espacio vacío donde puede surgir la psiquiatría. Por un lado, el poder de la justicia y el poder de la política que tiene que ver con el orden social se ha tensado en lo que se refiere a la locura (lo que antes estaba separado, ahora se ha unido); por otro lado, debido a esta unión, la medicina tiene que testimoniar de la locura para refrendar las decisiones judiciales y políticas: se crea un espacio vacío que es una condición para el surgimiento de las enfermedades mentales y, con ellas, de la psiquiatría.
En el siglo XIX, con toda la potencia de la revolución francesa y los grandes cambios políticos, a nivel político y filosófico se ha potenciado la creación del concepto de “ciudadano”. Un buen ciudadano no perturba el orden social (eso iría en contra de su naturaleza) y, si lo hace, sólo puede ser porque ha de estar loco. Ahí tenemos el campo abonado para el surgimiento de la psiquiatría que estudiará las enfermedades mentales, ya que un ciudadano debe estar enfermo para perturbar el orden social que le sostiene y le da cobijo. Se hace por lo tanto “necesaria” la existencia de un saber que estudie esas enfermedades mentales de los ciudadanos, que están locos porque perturban el orden social. Ahí surgirá la psiquiatría.
Este es sólo un ejemplo para entender cómo lo que facilita el surgimiento de saberes siempre es el poder (entendido como una malla que se va tensando en distintos sitios – políticos, filosóficos, religiosos, culturales… -). Por ello para Foucault el poder produce saber y el saber produce poder.
Con estas pinceladas creo que se puede entender lo que decía al principio en relación al vídeo. Se trata, guiados por Foucault, de ir más allá de las palabras de la “paciente” y más allá de las opiniones de los profesionales. Se trata de cuestionarse qué poderes se mantienen tensos para seguir posibilitando la existencia de saberes que actúan sobre el cuerpo humano de una forma tan directa.
Se trata de acudir a la verdad de discursos como la psiquiatría o la psicología: ellos defienden una verdad positiva y natural (existen las enfermedades mentales y por ello han de ser controladas a nivel del cuerpo) y cuestionar esa verdad. Esas prácticas se hacen en base a un saber, pero ese saber es una construcción que en su fondo guarda siempre una amplia cuota de poder para mantener inmutable el orden social. No todo poder es negativo, sólo el que se ejerce ciegamente.
Finalizaré esta extensa entrada que se me ha ido de las manos con una frase de Foucault: “Donde hay poder, hay resistencia”.
Escrito por Jesús Rodríguez de Tembleque Olalla
Psicólogo clínico del equipo Ágalma
¡Interesantísimo!