Al igual que no hay amor sin clínica, sin síntomas, sin sufrimiento, tampoco hay clínica (entiéndase esta aquí como psicoterapia) sin amor.
1) Pequeña introducción
Todos creemos saber qué es el amor. Amor, una palabra de sobra conocida.
Sin embargo, como ocurre con todo lo que es muy conocido, en su fondo encierra el más incógnito de los enigmas. Pues, al fin y al cabo, ¿cómo se define el amor? ¿Qué es el amor? ¿Es la pasión de dos cuerpos unidos? ¿Es el enamoramiento más intenso? ¿Es el cuidado hacia otro donde uno se da tanto que desde fuera parece un sacrificio brutal de la vida de aquel que se da? ¿Es la necesidad de una presencia? ¿Es el dolor intenso de una ausencia? No. Todo eso no es amor, son sus huellas, sus signos.
El amor, como todo lo que es genuinamente humano, es nada. Un vacío, un hueco, un abismo. Pero la nada, cuando pasa, deja algo. Signos, huellas, trazos. Si hay algo que marca, es precisamente aquello que es nada.
Para ilustrar esta idea paradójica remito a la lectura de La historia interminable de Michael Ende. Cuando el protagonista, Bastian Baltasar Bux, comienza la lectura del libro mágico, lee cómo la nada está devorando, destruyendo, el reino de Fantasía. Michael Ende describe la visión de esa nada como “quedarse ciego de repente”. La nada, el vacío, va dejando marcas sobre la geografía de Fantasía. Es nada y, sin embargo, marca.
¿Sobre qué va marcando, sobre qué va dejando sus huellas la nada en la novela? Sobre el territorio, el suelo, la topografía del reino de Fantasía. ¿Sobre qué va marcando, sobre qué va dejando sus huellas la nada del amor? Sobre el territorio, la materia, la topografía del cuerpo de la persona.
Adelantando un poco el corazón de lo que será la siguiente entrada, es importante señalar la unión del amor y el vacío en sus tres formas principales: el amor es muerte, la cual es el vacío más absoluto; el amor es un intento de tapar el vacío que nos habita por dentro, llegando a obturar el deseo, el cual es la máxima expresión del vacío en la vida (es lo que ocurre en el enamoramiento); y, por último, el amor es creación, pues logra crear algo donde antes sólo había nada, sólo había vacío. Explicaré y profundizaré en estas cuestiones en la siguiente entrada sobre la clínica del amor.
Si el amor entonces es una nada, sólo nos podemos aproximar a él de dos formas, o bien mediante la experiencia corporal y subjetiva, o bien mediante las palabras. De estos dos caminos las palabras son el único medio para poder compartir algo del amor, pues la experiencia corporal y subjetiva siempre es única y va más allá de todo lenguaje.
Además las palabras tienen otra ventaja a la hora de hablar de amor, y es que las palabras en sí mismas son una nada. Su esencia no es material sino la pura diferencia. Si distinguimos una palabra sólo es porque es distinta de las otras. Es el vacío el único que puede hablar del vacío. Por otro lado, cierta parte del amor necesita constantemente de palabras.
Por ello vamos a tomar ejemplos de los que más han conseguido perfilar el contorno del amor. Nos referimos por supuesto a los poetas.
2) El amor y la poesía (fragmentos e ideas)
Empezaré por un bello poema que el joven poeta Ben Clark escribió en su libro Memoría (editorial Huacanamo, 2009). Lo tituló La mamparra (o el amor):
No digas que no tienta tanta luz.
No digas que no atonta y que no ofrece
algo muy parecido a los domingos
soleados; a ramas rebosantes
de adjetivos maduros y de pulpa
dulce y anaranjada. No me adviertas,
no quiero conocer las consecuencias,
no quiero ni siquiera sospechar
cuánta muerte se esconde en la belleza.
No digas que no tienta, amigo mío.
No digas que es posible continuar
así, como si nada, como un pez
que lo ha olvidado todo en dos segundos,
que seguirá viviendo, por supuesto,
que seguirá nadando un tiempo más,
un tiempo y sólo un tiempo limitado,
que seguirá soñando todo el día
cuando estuvo a las puertas de la luz.
Si aquí la luz es la metáfora del amor, el poeta nos comunica (siempre a mi entender) dos cosas. La primera se refiere a la unión de la muerte y el amor. La luz del amor siempre es tentadora, pero en su fondo encierra la muerte (ya veremos en la siguiente entrada por qué, pero tal vez por eso tienta tanto). Sin embargo, mejor no saberlo, mejor no saber “cuánta muerte se esconde en la belleza” del amor, pues entonces uno podría no dejarse inundar por la luz, por el amor.
La segunda es que cuando aparece la tentación de la luz del amor, es imposible continuar “como si nada”, es imposible olvidar la experiencia que el amor siempre trastoca en el cuerpo. Además, el amor es luz porque sólo se presenta a destellos, después se extingue. Si uno ha presenciado la luz del amor, seguirá soñando toda la vida (“todo el día”, si uno sólo es un pez con poca memoria) con ese destello, con ese “estar a las puertas de la luz”.
Como apunte curioso no deja de ser llamativa la bella sinestesia… Un momento, voy a aclarar lo que es la sinestesia.
En psicopatología la sinestesia consiste en una asociación anómala entre sensaciones, de modo que la sensación percibida en un órgano sensorial desencadena la percepción de otra correspondiente a un órgano sensorial distinto, como por ejemplo lo que describen algunos sujetos cuando escuchan música. En estos casos la audición de música desencadena la visión de colores para ellos (la música les hace ver colores).
No deja de ser llamativa, decimos, la bella sinestesia que el poeta evoca al comparar la presencia de la luz del amor con el sabor de la “pulpa dulce y anaranjada”. Sin embargo, esa pulpa no es la del zumo de naranja (aquí metaforizado) sino la de “adjetivos maduros”. El zumo del amor son las palabras, concretamente, los adjetivos que tratan de darle cualidad. Me parece preciosa la sinestesia de la visión de la luz del amor provocando un sabor dulce cuya fruta licuada son las palabras (triple sinestesia: visión, sabor, sonido). Con esta idea el poeta nos muestra que la presencia del amor afecta tanto a la percepción global del mundo de la persona como a la totalidad de su cuerpo.
Continuamos con el primer poema de la segunda parte del libro Marea humana (editorial Visor Libros) de Benjamín Prado, dedicada a El enamorado.
Como el calumniador busca rumores
porque no son palabras ni tampoco el silencio,
así te busco a ti,
donde no hay nadie
y ya nada es verdad:
ni la vida
que vives
es tu vida,
ni la casa en que duermes es tu casa,
ni lo que va a pasarte es tu destino.
Como quien va a una plaza a andar entre palomas,
así me acerco a ti.
Quiero tu corazón,
tu nombre atravesado por espadas azules;
quiero tu mente llena de torres encendidas;
tu piel, su nieve en llamas,
su alud sin frío.
Mi amor,
todo es tan simple:
en la llave que hoy usas hay mil puertas cerradas
y en mis manos
terminan las líneas de tus manos.
No te asustes.
No mires hacia la oscuridad.
Yo haré un puente que cruce de tu casa vacía
a mi casa vacía.
Nunca serás feliz si sales de mis sueños.
Para mí este poema es muy interesante porque resalta varias facetas del amor.
En primer lugar, el carácter de ficción que siempre está presente en una parte del amor. Para comprender esta idea hay que aclarar primero que el movimiento del amor siempre parte de uno, aunque uno no lo sepa. Esta cuestión se observa muy bien en el enamoramiento pero está presente en cualquier tipo de amor: amistad, familiar, hacia los animales, hacia las cosas, hacia la vocación…
Cuando nos encontramos enamorados es la otra persona quien representa el amor para nosotros. Sentimos que esa persona responde a algo nuestro que habita en lo más íntimo y nos preguntamos cómo es posible que la otra persona sepa tanto de nosotros, que conecte a un nivel tan profundo con nosotros, sin que apenas hayamos hablado, sin apenas habernos mostrado. Sentimos que es real en la otra persona la presencia de un saber sobre nosotros mismos que nos llena de enigma y de pasión.
Lo que ocurre es que el movimiento del amor no es ese. No es que la otra persona sepa responder a nuestra intimidad o posea un saber esotérico de nuestro deseo más profundo. No, lo que ocurre es que nosotros hemos puesto a esa persona en ese lugar, en el lugar de saber sobre nosotros mismos. Le suponemos a esa persona un saber sobre nuestro ser y sobre nuestro deseo, sólo que no somos conscientes de hacerlo. Ese es el verdadero movimiento del amor.
El amor no aparece al encontrar a la persona que, como se dice vulgarmente, nos completa; el amor no se produce al encontrar a esa persona “especial” que nos conoce mágicamente, que nos comprende a la perfección sin articular ninguna palabra. No, el amor es precisamente un movimiento que parte de nosotros mismos y del cual no somos conscientes. Ese movimiento consiste en poner a una determinada persona en el lugar de un saber sobre nuestra intimidad, le suponemos una comprensión absoluta sobre nosotros mismos. No es la otra persona la que comprende y sabe sino que somos nosotros los que hacemos eso posible. Por ello el amor siempre es un movimiento que parte de nosotros mismos hacia otro, no un movimiento que viene del otro hacia nosotros.
A ver, en realidad también el amor parte del otro hacia nosotros, pero ese amor no significaría nada para nosotros si antes no hubiera habido un movimiento por nuestra parte hacia el otro. Si no existe ese movimiento de mí mismo hacia el otro, no podré sentir amor hacia otra persona, por mucho que la otra persona dé, haga o muestre.
Esta es la parte de ficción del amor: creemos que es el otro quien sabe y conoce nuestro corazón, nuestra alma, cuando en realidad somos nosotros quienes colocamos al otro en esa posición. En el fondo, el otro no sabe de nosotros, de nuestro deseo. Lacan decía a propósito de esto en su Seminario 8 una frase que siempre me ha encantado. “Siempre es inexplicable que algo responda al propio deseo”.
Si siempre es inexplicable que algo responda al propio deseo, cuando hay algo que lo hace nos lo explicamos afirmando que es la otra persona la que ha conocido nuestra intimidad, esa es la ficción del amor. La verdad del amor es que somos nosotros, sin saberlo ni notarlo, los que colocamos a la otra persona en la posición de responder a nuestro propio deseo, ya que es nuestro deseo el que alcanza el objeto que lo realiza, nunca es el objeto el que alcanza al deseo. En otras palabras, la causa es el deseo y la consecuencia es el objeto. Es decir, deseamos algo (eso es lo que nos impulsa, es la causa), pero no sabemos qué deseamos. Cuando encontramos algo (un objeto o una persona) y nuestro deseo se engancha y se detiene allí, aparece el amor.
Si no hay deseo, no puede haber amor. O sea, por muchas personas que nos den o nos muestren amor, por muchos objetos que traten de tentarnos para que aparezca el amor, si antes no ha habido deseo, no puede aparecer el amor. A eso me refiero cuando digo que es el deseo el que alcanza al objeto (para que haya amor) y que no es el objeto el que alcanza al deseo. La consecuencia (el amor hacia el objeto o hacia la persona) no puede aparecer antes que la causa (el deseo que hace que la persona se enganche a ese objeto o a esa otra persona).
Este es el auténtico movimiento del amor: el deseo íntimo de nosotros que hace que al encontrar a otra persona la coloquemos en el lugar del amor, de un saber completo y absoluto sobre nuestro ser y nuestra vida.
Lo que ocurre es que al suceder esto nos lo explicamos como que es la otra persona la que ha provocado eso, la que siempre ha poseído (aun sin conocernos) ese saber sobre nosotros. Esta es la ficción del amor.
Esta explicación tan larga era necesaria para comprender la lectura que yo hago de la primera estrofa del poema de Benjamín Prado, ya que creo que en ella se muestra la ficción del amor.
Para empezar, el poema comienza diciendo “como el calumniador…”. Es decir, aparece ahí algo de la mentira, de la ficción que siempre habita al amor. De hecho, un calumniador es una persona que calumnia, y la calumnia, según la RAE es una “acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño”. Por tanto, ya en principio tenemos en el poema la unión del amor y del daño que puede llegar a infligir (a uno mismo o a otros) junto con la mentira que siempre existe en el amor.
“Como el calumniador busca rumores porque no son palabras ni tampoco el silencio, así te busco a ti”. Entonces, el calumniador (que es el enamorado) busca rumores porque no son palabras ni silencio. Es decir, el enamorado busca algo que no es verdad (ni palabras que encerrarían una verdad) pero tampoco la ausencia total (ni el silencio), busca algo que no sabe qué es (rumores) pero que le mueve, es su deseo. Así el enamorado busca a alguien que responda a su amor, pero sólo lo encontrará cuando el enamorado ponga a alguien en la posición de responder a su deseo.
“Así te busco a ti, donde no hay nadie y ya nada es verdad: ni la vida que vives es tu vida, ni la casa en que duermes es tu casa, ni lo que va a pasarte es tu destino”. Aquí está la esencia de la ficción del amor. El enamorado busca a alguien donde no hay nadie (sólo un vacío, el vacío del amor que, alimentado por el vacío del deseo, va buscando un objeto, una persona) y ya nada es verdad (no es verdad que se haya encontrado a la persona que le completa, sólo es verdad algo de lo que uno no es consciente, es decir, que es uno mismo el que pone a esa persona en el lugar de completarle).
A partir de ese movimiento, todo cambia. Ni la vida que vive la otra persona es su vida, pues es el enamorado el que le da un sentido distinto a la vida de su enamorada; ni la casa en que duerme la otra persona es su casa (sustituyamos casa por cuerpo en esta metáfora y comprenderemos que el enamorado también da otro sentido u otra función al cuerpo de la amada). Tampoco lo que va a pasarle a la mujer de la que se enamora es su destino, pues es el destino del propio enamorado el que se cifra en la mujer. Es el propio enamorado el que imbrica su destino al de ella sin saber que lo hace voluntariamente.
En la segunda estrofa se ve la consolidación del movimiento del amor en el enamoramiento. Una vez que el enamorado ha puesto a la otra persona en la posición de ser la única para él, en la posición de que la otra persona sabe todo de su ser y de su deseo, aparece la necesidad de que él también sea único para ella: “quiero tu corazón, tu nombre atravesado por espadas azules; quiero tu mente llena de torres encendidas, tu piel, su nieve en llamas, su alud sin frío”. Es de destacar el precioso oxímoron respecto al tacto de la piel de la enamorada.
En literatura, un oxímoron es la unión de dos términos contradictorios que crean un sentido metafórico distinto (por ejemplo, “instante eterno” o “silencio estruendoso”). El oxímoron que aquí aparece tiene que ver con las sensaciones contradictorias y profundas que provoca la piel de la mujer amada en el enamorado (“su nieve en llamas, su alud sin frío”).
En la tercera estrofa se consolida plenamente el enamoramiento y además aparece algo de la creación que provoca el amor.
La consolidación del enamoramiento se evidencia en los versos “en la llave que hoy usas hay mil puertas cerradas y en mis manos terminan las líneas de tus manos”. La llave es el amor que el enamorado le supone a su amada. En esa llave hay mil puertas cerradas, es decir, hay una infinidad de otras personas que han podido tener el amor de esa mujer pero que no lo han conseguido, ¿por qué? Porque una llave habitualmente sólo abre una cerradura, ¿cuál? La que está implícita en las mil puertas cerradas, es decir, sólo abre la cerradura del corazón del enamorado. Él es único para ella y ella es única para él.
No sólo eso, sino que además el enamoramiento produce la sensación de completud total entre uno y otro. Eso que habitualmente se define como ser la “media naranja” o ser “un ser en dos cuerpos distintos”. Aquí se afirma en la imagen en la que las líneas de las manos de la mujer amada acaban en las manos del enamorado. Son uno siendo dos. Esa es otra parte de la ficción del amor en el enamoramiento.
No obstante, a pesar de la ficción del amor, hay algo de la creación que aparece más allá de esa ficción. Esto queda bellamente descrito en los versos “yo haré un puente que cruce de tu casa vacía a mi casa vacía”. Es decir, del encuentro de dos vacíos, de dos deseos, surge algo distinto, un puente que los une y que cambia la vida y los cuerpos de los que son unidos por él. No sólo a un nivel de completud o de ser uno en dos, sino a un nivel profundo.
La vida se trastoca, adquiere un nuevo sentido, una cualidad diferente, lo que no se percibía se vuelve perceptible. En esos momentos surgen la poesía, el arte, los nuevos rumbos que uno toma, decisiones trascendentales que se alcanzan. De la nada del amor que une dos vacíos (dos deseos) se da la posibilidad de que surja algo bello, único y trascendente. Pero no sólo eso, sino que la creación reside en el “yo haré un puente”, es decir, el enamorado es el que crea todo lo que hemos dicho para sí mismo, pero sobre todo, el enamorado es el que crea el amor.
Sin embargo, el último verso cierra el poema en un círculo sobre la ficción del amor. A pesar de la creación que se puede alcanzar, esa creación puede ser construida no ya sobre el vacío (que es lo que ocurre con todas las creaciones), sino también sobre una mentira.
“Nunca serás feliz si sales de mis sueños”. En esta frase se condensa el movimiento no consciente, desconocido, que siempre hacemos cuando aparece el amor sobre otra persona. Es el sueño del enamorado el que produce todo lo que siente hacia la otra persona, es el enamorado el que coloca a esa otra persona en el lugar de completarle y de ser única para él.
Además, debido a la reciprocidad imaginaria (lo aclararemos en la siguiente entrada), el enamorado no sólo cifra su propia felicidad en la posesión del amor de la mujer amada, sino que también asume que esa mujer sólo será feliz con él. El “nunca serás feliz si sales de mis sueños” condensa toda la ficción del amor que acontece en el enamoramiento, que es, en su mayor parte, perteneciente al registro imaginario. Pero no me voy a adelantar.
Propongo ahora uno de los poemas escritos por mi poeta preferido, el argentino Roberto Juarroz. Este poema es el número 33 de su Decimotercera poesía vertical. Está incluido en el libro Poesía Vertical (Editorial Cátedra, 2012).
Las pasiones se pierden,
salvo una quizá:
la pasión por la pérdida.
Y todo lo demás también se pierde:
la rosa, los humores, tu rostro,
la vida, la ventana, la muerte.
También esta palabra se pierde,
su lectura, su ruido.
Sólo queda un recurso:
convertir la pérdida en pasión.
En este precioso poema se entrelazan dos términos inseparables, la pérdida y la pasión. Para lo que nos ocupa yo añadiré a estos dos términos uno más, el amor.
La palabra “pasión” condensa en su corazón dos significados anudados. Es a la vez un sufrimiento (del griego pathos que significa “sufrir”) y al mismo tiempo un padecimiento (del latín patior que significa “padecer”). Es decir, que la pasión designa a la vez algo pasivo, algo que se padece, y a la vez un sufrimiento.
La RAE considera varias acepciones en la palabra “pasión”. La primera es “acción de padecer”, la tercera se define como “lo contrario a la acción”, la cuarta se refiere a un “estado pasivo en el sujeto”, la sexta indica “inclinación o preferencias muy vivas de alguien a otra persona”, la séptima afirma un “apetito o afición vehemente a algo”. Por último, en el uso referido a “pasión de ánimo” la RAE establece “tristeza, depresión, abatimiento, desconsuelo”.
En su uso cotidiano identificamos la pasión como la sexta y la séptima acepciones que define la RAE, pero nos olvidamos de la pasividad que implica esa palabra, del padecimiento que encierra y también del sufrimiento que conlleva.
¿Por qué la pasión y la pérdida son inseparables? Por dos motivos. El primero se refiere a que toda pasión nace de la pérdida y el segundo, que va unido al primero, implica que lo que único que padecemos por ser humanos es precisamente la pérdida. Quiero explicar esto.
La pérdida es otro nombre del deseo. ¿Qué es el deseo? Es la sensación de que nos falta algo o de que hemos perdido algo que sentimos la necesidad de recuperar. Por eso el deseo es un vacío. Un vacío que nos impulsa, que nos mueve a la búsqueda de personas u objetos para reencontrar lo perdido. Y sin embargo, ninguna persona, ningún objeto, logra colmar del todo ese vacío que es el deseo. La vida del deseo es justo eso, una búsqueda interminable y condenada al fracaso. Pero no por ello se cae en el pesimismo, al contrario. En esa búsqueda fracasada encontramos creación, encontramos amor, encontramos instantes de felicidad.
Es en este sentido que el ser humano padece la pérdida. Al vivir impulsado por un vacío, por una pérdida, no le queda más remedio que padecerla. No es un sujeto activo que busca la pérdida (excepto en las melancolías más graves, pero ese es otro asunto), sino que pasivamente la padece puesto que desea. Si desea, le falta algo, está vacío. La pérdida le habita y, al habitarle, la padece.
Ahora bien, una vida vivida en la pura pérdida es insoportable. Es por ello que tratamos (a veces sabiéndolo, a veces sin saberlo) de paliarla. Hay muchas formas de paliar la pérdida que nos habita. Puede ser encontrando medios que no nos hagan pensar en ella o que nos ayuden a no sentirla (adicciones, aficiones…), puede ser a través del sufrimiento (síntomas que aunque hacen sufrir tienen la función de obviar el vacío), puede ser a través del amor, o puede ser a través de las pasiones (y el amor encierra algo de la pasión).
Pasiones también hay muchas. Jacques Lacan definía tres fundamentales: la pasión del amor, la pasión del odio y la pasión de la ignorancia. Pero también está la pasión de saber o las aficiones que se transforman en pasiones desmedidas.
La pasión encierra también en sí misma dos cualidades aparentemente contradictorias. Por un lado, una satisfacción muy intensa en el cuerpo y, por el otro, un sufrimiento doloroso. Digo que son aparentemente contradictorias porque gracias al psicoanálisis sabemos que hay satisfacciones en el cuerpo que se viven con gran placer, pero también hay otras satisfacciones que se vivencian como un sufrimiento muy intenso. Si uno sufre muchísimo y sabe lo que tiene que hacer para dejar de sufrir pero no lo lleva a cabo, no es porque sea tonto, es porque lo que le hace sufrir le produce a la vez una satisfacción muy grande en el cuerpo.
Por todo esto decimos que la pasión nace de la pérdida, puesto que la pasión es un medio para tratar de aliviarla, de olvidarla, de obturarla.
El poema comienza afirmando que “todas las pasiones se pierden”. Así es, en efecto. Las pasiones se agotan, se acaban perdiendo a lo largo del tiempo o son sustituidas por otras nuevas que también se acabarán perdiendo.
“Todas las pasiones se pierden, salvo una quizá: la pasión por la pérdida”. Es decir, todas las pasiones que nacen de tratar de paliar la pérdida se acaban perdiendo. Sólo hay una pasión que siempre permanece, la pasión por la pérdida. Esto es así por lo que hemos explicado, a saber, que lo que verdaderamente se padece en la pasión es la pérdida, es el vacío imposible de colmar del deseo. La pasión por la pérdida es intrínseca al ser humano, puesto que lo único que padece a su pesar es la pérdida. La pasión por la pérdida es el origen de todas las demás pasiones, incluida la del amor.
En la segunda estrofa de su poema Roberto Juarroz enumera cosas que también se acaban perdiendo y que no son pasiones. Es interesante hacer el ejercicio de relacionar todo lo que enumera Juarroz con el amor o, más concretamente, con la pasión del amor. “La rosa” (símbolo de los que se aman), “los humores” (entendidos como estados de ánimo o como trozos del cuerpo que se intercambian en el amor), “tu rostro” (símbolo del enamoramiento y a la vez del tiempo si se une a la pérdida, a la vejez), “la vida” (que una parte del amor abre), “la ventana” (que forma el amor sobre el mundo y que tiene como consecuencia el poder verlo de forma distinta), “la muerte” (que una parte del amor trata de evitar), “esta palabra” (palabras que el amor necesita para mantenerse vivo).
Todo eso se acaba perdiendo, porque el amor también se pierde. Recordemos que si el amor es un movimiento que parte de uno hacia otro, ese movimiento puede dejar de producirse, ya sea porque hay algo en uno que deja de sostenerlo, ya sea porque el otro no sostiene ese movimiento y, por tanto, acaba extinguiéndose.
Si todo se acaba perdiendo, entonces para Juarroz “sólo queda un recurso: convertir la pérdida en pasión”. A mi entender este es el verdadero núcleo del amor, su verdadera consecuencia. En lugar de padecer de forma pasiva la pérdida, convertir activamente la pérdida en pasión en el sentido cotidiano del término (afición vehemente a algo o una inclinación viva por una persona).
Si a través del amor puede convertirse la pérdida en pasión, no por ello se deja de padecer la pérdida, pero se hace algo con ella, se crea algo con ella. Volvemos a ver la unión de la creación y del amor a través de la pasión por la pérdida.
Voy a finalizar este extenso (pero aún así demasiado abreviado) recorrido del amor en cierta parte de la poesía, con el fin de perfilar sus contornos, a través de dos poemas muy breves de Antonio Sánchez Zamarreño. Son los poemas número 77 y número 70 incluidos en su libro Fragmentos del romano (editorial Diputación de Salamanca, 2003).
77
Ni ópalo, ni diamante, ni rubí:
el anillo de amor lleva una brasa.
70
Nada sabe de amor quien vuelve vivo.
El primero complementa el poema anterior de Roberto Juarroz.
El anillo es el símbolo tradicional del compromiso entre dos personas que se aman. Como todos sabemos, esos anillos se suelen realizar de metales preciosos (oro y plata) para simbolizar tanto la belleza del amor como lo especial que es cuando surge, o para recordar lo especial que es la otra persona para uno. Además, esos anillos suelen llevar una o varias piedras preciosas con el fin de conferirles aún más valor material y simbólico.
Los dos versos de Sánchez Zamarreño descubren la verdad del amor y de la pasión que provoca. Utilizando el anillo como símbolo de la unión entre dos personas afirma que el adorno que va engarzado a él no es una piedra preciosa como el ópalo, el diamante o el rubí, sino que es una brasa.
Esta brasa metaforiza tanto la cualidad ardiente de dos personas haciendo el amor (uso esta expresión con todo el sentido de lo que nos ocupa) como, sobre todo, el peligro que siempre aparece ante la pasión del amor. El peligro de consumirse en un sufrimiento ardiente, en un padecimiento llameante, placentero y doloroso a la vez.
Todo esto se suma al hecho de que los anillos se llevan en los dedos. Tenemos entonces la imagen de una mano adornada con un anillo que porta una brasa. El peligro de arder con ella es más que probable, de ahí su relación con la pasión del amor.
El segundo poema es uno de los más bellos que he leído en relación al amor. En once sílabas se concentran la unión del amor con la muerte, la de la muerte con la creación y, por tanto, también la unión del amor con la creación.
“Nada sabe de amor quien vuelve vivo”. Merece la pena analizarlo con un poquito de detalle.
El amor mata. Es lo que se ha ido perfilando a través de la pasión propia de él, que llega a consumir. En esta consunción y en el gran sufrimiento que a veces provoca nos detendremos en otra entrada posterior sobre la clínica del amor. Este último poema también afirma de forma implícita que el amor mata. Sin embargo, el amor puede matar también en otro sentido.
La muerte puede ser también leída como el símbolo absoluto del cambio, de la transición y, por lo tanto, de la creación. Si nada sabe de amor quien vuelve vivo, entonces eso implica que uno sólo sabe del amor si ha muerto y ha renacido de nuevo transformado, igual que una especie de ave fénix que resurge de sus cenizas, pero que resurge cambiada. En una de las muertes que puede producir el amor (la más benigna) se produce un cambio fundamental.
El filósofo Friedrich Nietzsche afirmaba que sólo se podía construir algo realmente nuevo cuando lo que había antes era completamente destruido o dejaba de existir. Esta idea es la que subyace en este poema. Cuando el amor provoca la muerte, entendida esta como transformación absoluta, se abre el camino de la pura creación. Donde antes había algo, eso deja de existir pero a la vez se crea algo de esa nada. Eso que se crea afecta profundamente a la vida de la persona que ha sido tocada por el movimiento del amor.
A veces les digo a algunas personas que me consultan que la posibilidad de un cambio rápido pero profundo y duradero sólo se abre en tres circunstancias, o bien porque la presencia de la muerte es muy cercana, o bien porque donde se ha sostenido la persona en su vida hasta ese momento se agrieta y se tambalea, o bien porque un amor intenso acontece en el seno de la persona. Esta última cuestión queda ilustrada en este poema.
Por tanto, si alguien vuelve vivo del amor, significa que no ha sido transformado, que ha experimentado el amor de una forma superficial o meramente especular (sólo enamoramiento). Por ello, si alguien vuelve vivo del amor, vuelve igual que cuando se sumergió en él, entonces no puede saber nada de la verdad profunda que encierra. Una verdad que anuda creación, muerte, vida y amor.
3) Breve resumen final
En la introducción de esta entrada definíamos el amor como un vacío, como una nada que marcaba el cuerpo y la vida de una persona afectada por el amor. Afirmábamos que el vacío y el amor se relacionaban de tres maneras: a través de la muerte, de la creación o del intento de acallar esa nada. Debido a que la definición de un vacío siempre es imposible, sólo podíamos cernir dicho vacío perfilando sus contornos. Para ello nos guiamos mediante las palabras que algunos poetas dedicaron al amor. Seleccionamos entonces cinco poemas para desentrañar el núcleo más próximo a las diversas formas de tratar el vacío que podía emplear el amor.
A través de estos poemas hemos puesto en relación al amor con la muerte de dos formas distintas. Por un lado hemos explicitado la muerte más devastadora que puede acarrear el amor cuando se vivencia como una pasión profunda que puede desembocar en lo peor. Por otro lado, hemos señalado que la muerte y el amor pueden unirse desde otra óptica, la de la creación.
Hemos ido indicando diversas formas en las que el amor transforma a la persona destruyendo algo de sí misma para alumbrar algo completamente distinto y beneficioso para ella. De esta forma hemos perfilado un poco la relación entre el amor y la creación.
Por último hemos ido mostrando brevemente de qué forma el amor puede acallar la nada, el vacío que nos habita, mediante el ejemplo del enamoramiento.
Además, a través del enamoramiento hemos apuntado la ficción que el amor siempre trae consigo y, a su vez, el verdadero movimiento del amor, no conocido, inconsciente, para la persona que lo experimenta.
Junto a todo esto hemos intercalado la noción de pasión, su relación con la pérdida y con el deseo, y cómo sin deseo es imposible amar.
En la próxima entrada (si aún os quedan fuerzas y no os habéis aburrido o agobiado demasiado) trataré de explicar los tres registros que para Jacques Lacan componen el psiquismo humano y de qué forma el amor se imbrica en cada uno de ellos, con el fin de poder explicar en otra entrada posterior las diferentes formas de sufrimiento que el amor conlleva y que se hacen muy presentes en la clínica de la salud mental.
A modo de epílogo no me resisto a cerrar esta entrada con las maravillosas palabras que el poeta libanés Khalil Gibran le dedica al amor en su libro El Profeta (editorial Corona borealis, 2009):
Dijo Almitra: Háblanos del Amor.
Y él levantó la cabeza, miró a la gente y una quietud descendió sobre todos. Entonces, dijo con gran voz:
Cuando el amor os llame, seguidlo.
Y cuando su camino sea duro y difícil.
Y cuando sus alas os envuelvan, entregaos. Aunque la espada entre ellas escondida os hiera.
Y cuando os hable, creed en él. Aunque su voz destroce nuestros sueños, tal como el viento norte devasta los jardines.
Porque, así como el amor os corona, así os crucifica.
Así como os acrece, así os poda.
Así como asciende a lo más alto y acaricia vuestras más tiernas ramas, que se estremecen bajo el sol, así descenderá hasta vuestras raíces y las sacudirá en un abrazo con la tierra.
Como trigo en gavillas él os une a vosotros mismos.
Os desgarra para desnudaros.
Os cierne, para libraros de vuestras coberturas.
Os pulveriza hasta volveros blancos.
Os amasa, hasta que estéis flexibles y dóciles.
Y os asigna luego a su fuego sagrado, para que podáis convertiros en sagrado pan para la fiesta sagrada de Dios.
Todo esto hará el amor en vosotros para que podáis conocer los secretos de vuestro corazón y convertiros, por ese conocimiento, en un fragmento del corazón de la Vida.
Pero si, en vuestro miedo, buscareis solamente la paz y el placer del amor, entonces, es mejor que cubráis vuestra desnudez y os alejéis de sus umbrales.
Hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas.
El amor no da nada más a sí mismo y no toma nada más que de sí mismo.
El amor no posee ni es poseído.
Porque el amor es suficiente para el amor.
Cuando améis no debéis decir: “Dios está en mi corazón”, sino más bien: “Yo estoy en el corazón de Dios”.
Y pensad que no podéis dirigir el curso del amor porque él si os encuentra dignos, dirigirá vuestro curso.
El amor no tiene otro deseo que el de realizarse.
Pero, si amáis y debe la necesidad tener deseos, que vuestros deseos sean estos:
Fundirse y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.
Saber del dolor de la demasiada ternura.
Ser herido por nuestro propio conocimiento del amor. Y sangrar voluntaria y alegremente.
Despertarse al amanecer con un alado corazón y dar gracias por otro día de amor.
Descansar al mediodía y meditar el éxtasis de amar: Volver al hogar con gratitud en el atardecer.
Y dormir con una plegaria por el amado en el corazón y una canción de alabanza en los labios.
Escrito por Jesús Rodríguez de Tembleque Olalla
Psicólogo clínico del equipo Ágalma.
Hola Jesús.
Muy interesante lo que expresas. Y muy interesante como tratáis un sentimiento que tantas catástrofes genera. El amor. Y creo que es por eso que parece atrevido y valiente que se tome en serio. (la clínica del amor). Y como todo lo clínico necesita de seriedad.
Pienso que el amor, cuando se vuelve tirano, se convierte en un mal del alma, y eso necesita entenderse. Por eso que re felicito.
Por ayudar a entender y de una manera bonita,( con poesía incluida) la diferencias entre términos tan usados como tan mal entendidos entre el común de los mortales, amor, deseo, enamorado, pasión,,
Gracias.
También comparto y me parece totalmente cierto, lo que dices» algo que hace sufrir, y sabiendo lo que hay que hacer para que el sufrimiento desaparezca, no se hace. Algún provecho produce al cuerpo».
No se si sería algo así como decir.
Que un fracaso consciente es un triunfo del inconsciente».
Gracias Jesús.
Sigamos descifrando el enigma. » el gran enigma»
Hola, Nacho. Muchísimas gracias por tus palabras y, especialmente, por haberte tomado el trabajo de leer una entrada tan extensa como esta.
Concuerdo plenamente contigo en que el amor ha de tratarse con seriedad, especialmente en la clínica, pues es totalmente cierto – como tú dices – que genera catástrofes muy dolorosas.
Es muy bonito cómo expresas que la tiranía del amor, que acontece en ocasiones, se convierte en un mal del alma, uno de los más sufrientes.
Respecto a tu aportación de que un fracaso consciente es un triunfo del inconsciente es exactamente eso lo que quería explicar. Lo comparto completamente y admiro la síntesis que realizas en esa breve frase. Es maravillosa.
Muchísimas gracias por tu comentario. Espero poder seguir tratando de descifrar un poquito ese gran enigma del amor junto tus precisas reflexiones. Un saludo.