La posición del saber 3


 

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Hace ya cuatro años publiqué esta entrada en otro blog y con otro nombre. Hoy quiero recuperarla porque la comparto más que nunca. Es un poco enrevesada y quizá difícil de leer. No os culpo si abandonáis ahora o dentro de un ratito. Si aún así tenéis los arrestos de seguir adelante con esta especie de delirio mental, confío en que os aporte algo.

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Mi querido (y fallecido) Lacan intituló su seminario XVIII como De un discurso que no fuera del semblante. De eso se trataba al fin y al cabo, de lograr lo imposible. Un discurso que no fuera meramente apariencia.

En el seminario XVII (El reverso del psicoanálisis) su genio destiló la lógica y la topología de los 4 discursos principales (5 si añadimos el pseudodiscurso capitalista condenado a consumirse a sí mismo). En cada discurso hay cuatro lugares fijos y cuatro elementos que, dependiendo del lugar que ocupen, darán lugar a un discurso u otro.

El discurso es lo que crea el lazo social. La relación de una persona con otra o con un conjunto de ellas. Me interesa especialmente la topología, por lo que no voy a entrar a describir los cuatro elementos que pueden posicionarse en los cuatro lugares.

Lo que me maravilló de esa formalización fue que se explica visualmente cómo todos los lugares se relacionan excepto uno que ahora explicaré.

Los lugares son: Lugar del agente (que produce el discurso), Lugar del Otro (también llamado del trabajo y es al que se dirige el agente), Lugar de la producción (producto del trabajo del otro) y Lugar de la verdad (que todo discurso trata de hacer emerger).

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Como se ve en la imagen, el lugar que no está relacionado es el que habría de unir el de la producción con el de la verdad. Esto es lo que me fascina y me maravilla. Esta no-unión quiere decir que por mucho que un discurso (y los elementos que lo componen) trabajen y produzcan, jamás van a poder alcanzar la verdad que hace que ese mismo discurso surja.

ES IMPOSIBLE PARA CUALQUIER DISCURSO HACER TRANSPARENTE EN PALABRAS, LLEGAR A LA VERDAD QUE HACE NACER ESE DISCURSO.

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Lo curioso de esto es que todo discurso, a pesar de esta imposibilidad, trata una y otra vez de conseguirlo. Para él es inevitable.

Es decir, que todo discurso, desde el momento en el que nace por una verdad que dice defender, trata de llegar a ella sin conseguirlo jamás. En otras palabras, todo discurso, desde el momento en el que nace, tiende a justificarse en un monólogo sin fin.

Pongo un ejemplo, el discurso de la Iglesia Católica en la Edad Media. La verdad que le hace surgir es la existencia de Dios. Eso es lo que defiende. Durante cientos de años la Iglesia Católica (agente del discurso) se dirigía hacia las instituciones eclesiásticas y los gobiernos (lugar del Otro) tratando de convencer de la realidad de esa existencia, tratando de demostrar la verdad que decía defender. Para ello se ponía a trabajar mediante la filosofía escolástica (lugar de la producción) con el fin de llegar a la verdad sobre la existencia de Dios.

Lo que ocurría era que el producto de la filosofía escolástica no enlazaba con la verdad de la existencia de Dios (ver tercera imagen arriba), sino que volvía directamente a la propia Iglesia Católica (agente del discurso) como para confirmar algo que, en el fondo, no llegaba a tocar.

Sin embargo, la existencia de Dios (lugar de la verdad) sólo influía directamente en la propia Iglesia Católica y en sus instituciones o gobiernos de países (observar las flechas de la imagen citada). Por lo que, en realidad, se establecía un monólogo sin fin entre la Iglesia, sus instituciones, los gobiernos y la filosofía escolástica sin que esa verdad pudiera ser tocada por el discurso de la propia Iglesia sostenido en la filosofía escolástica. Había una brecha imposible de unir. Esto pasa con todos los discursos (los filosóficos, los psicológicos, los religiosos, los políticos, los científicos…)

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¿Por qué? Porque, como nos muestra la primera imagen de los lugares del discurso en Lacan, la producción y la verdad son lugares que se sitúan debajo de una barra, un muro. Serían, por así decir, los lugares inconscientes, ocultos, de todos los discursos. Los lugares evidentes o manifiestos son el del agente y el del Otro. El del uno que enuncia y el del otro que recibe.

Por eso todos los discursos son semblante, son aparentes. Existen tres razones que justifican que los discursos son apariencias, no realidades naturales como tales:

1) La parte manifiesta no es capaz de acceder a la parte implícita (la verdad y la producción que tratan de hacer posible esa verdad sólo acceden indirectamente a quienes enuncian el discurso y a aquellos que lo escuchan).

2) Lo que produce el discurso nunca alcanza a la verdad, por lo que nunca hay nada sólido y definitivamente cierto en ellos (hay una brecha entre los argumentos filosóficos, políticos o científicos que se esgrimen y se estudian y la verdad que tratan de demostrar, es decir, nunca la tocan directamente).

3) Las personas que representan los elementos que se colocan en los lugares manifiestos nunca los representan en su totalidad (la persona que ocupa el lugar del agente del discurso nunca es el discurso en sí, al igual que la persona que se coloca en el lugar del que recibe el discurso no representa a la totalidad de las personas del mundo). Es decir, las personas que representan esos elementos NUNCA SON esos elementos, pues ya sabemos que todos los sujetos, desde el momento en el que son sujetos, conllevan una falta en ser. A saber, un agujero, un vacío imposible de llenar. Y si es imposible de llenar, seguirá vacío aunque esa persona se identifique con un elemento o imagen. Uno no puede ser nunca la totalidad de algo si uno ya está roto, si ya tiene un agujero.

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Con este último argumento entro de lleno en el tema de esta entrada, que no es otra cosa que la posición del saber, en el sentido de la posición que adopta una persona que se cree ella misma no estar, sino ser el saber.

Para ello me remito a dos nociones de mis dos maestros predilectos de pensamiento: Lacan y Foucault.

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Por parte de Lacan tomaré la idea del Sujeto supuesto saber.

¿Qué diantres es eso? En psicoanálisis el Sujeto supuesto saber es la posición inicial en la que el paciente coloca al psicoanalista. El paciente acude a consulta por un tipo de sufrimiento, y acude precisamente porque piensa que el profesional tiene un saber sobre ese sufrimiento del que el paciente cree carecer. El paciente dice algo así como «Me pasa esto. Ahora dígame usted por qué me pasa y dígame qué debo hacer para solucionarlo». En ese momento (necesario e inevitable por otra parte) el paciente coloca al profesional en el lugar de un saber absoluto, en el lugar de alguien que tiene todas las respuestas que él busca y necesita.

Ahora bien, lo que el profesional tiene en todo caso es conocimiento, no saber.

Así de manera bruta para distinguirlos diré que el conocimiento es la comprensión de ciertas leyes, variables o técnicas y la capacidad de ponerlas en práctica siendo conscientes de ellas en un momento dado. El conocimiento lo da el estudio. El saber, por su parte, sería la construcción que hace una persona de su experiencia, cómo se explica las cosas y las generaliza, cómo se las representa en el mundo. El saber es experiencial, en gran parte inconsciente y, por encima de todo, subjetivo. El saber lo da la propia vida.

Por eso esa posición descrita por Lacan se llama Sujeto supuesto saber. El paciente cree que el profesional posee el saber que le hace falta. Pone en el psicoterapeuta las respuestas que sólo el paciente puede tener, pues sólo el paciente sabe realmente por qué le pasa el sufrimiento (pero no sabe que lo sabe, de ahí la importancia del inconsciente tal y como lo describió Freud).

El buen profesional sabe que es el paciente quien le coloca en esa posición, y sabe además que es sólo eso: una posición. Él no posee el saber del paciente por la sencilla razón de que él no es el paciente. Y gran parte de la labor del profesional consistirá en ir deshaciendo poco a poco esa posición con el fin de que el paciente se coloque en situación de asumir su saber y de hacerle frente para modificarlo o mejorarlo. Es decir, irá atenuando la asimetría de la relación terapéutica para posibilitar un fin de terapia adecuado. Aquí vemos por qué Lacan afirmaba que la adopción de una postura terapéutica conllevaba la adopción de una postura ética, en el sentido de una ética de buena praxis en la cual no se impone el propio conocimiento al paciente, sino que se le ayuda a alcanzar el saber que el propio paciente posee y desconoce.

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El problema aparece cuando el profesional se cree que él es el saber y asume la posición del Sujeto supuesto saber no como una actitud transitoria, sino como algo real. Entonces no es un lugar, sino que es algo fijo que sólo le pertenece al profesional, y no a todos los profesionales, sino únicamente a él mismo.

Cuando sucede esto, tenemos una situación descrita por Foucault como una de las típicas que se dan en una microfísica del poder. Así, la relación terapéutica se convierte en asímetrica de una forma continua y congelada. El paciente seguirá siendo un enfermo para el resto de su vida porque la propia actitud del profesional le imposibilita un acceso a su propio saber. El profesional se coloca en el lugar del saber asumiendo que él es ese saber, y, claro, la realidad es que el profesional no puede dar respuestas al paciente (porque el profesional no ha vivido la vida del paciente) dando lugar a dos consecuencias:

1) Círculo eterno que cada vez acentúa más el estigma hacia el paciente. Enfermo para siempre porque el profesional le impide acceder a la curación, a la vez que el narcisismo satisfecho del profesional pone sus fracasos terapéuticos en una supuesta «resistencia del paciente».

2) Violencia. Puesto que el profesional, al asumir la posición del saber como si él fuera el saber en realidad y no su representación imperfecta, tenderá cada vez más a decirle al paciente lo que tiene que hacer. Cuando una indicación dada por el profesional al paciente fracase, le dará otra (y a la vez le culpará de la ausencia de éxito). El profesional tenderá cada vez más a poner sus palabras en la conducta, el cuerpo, la vida del paciente. Ya dijo Lacan que «siempre es una violencia poner en boca del otro las propias palabras».

Esto que ocurre demasiado a menudo en las psicoterapias o en las consultas de salud mental se puede generalizar a la vida cotidiana. Desde la relación jefe-empleado, político-votante, médico-paciente a la relación entre dos personas cualesquiera en las que una de ellas asume el rol de científico, académico, culto o universitario mientras trata de imponer al otro sus ideas, sus palabras.

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De Foucault tomaré la idea de que poder y saber están imbricados. Un sistema de poder produce ciertas ramas del saber. Un sistema de saber ejerce grandes cantidades de poder.

A lo largo de su obra Foucault muestra cómo un determinado sistema social produce ramas del conocimiento en base a regular y universalizar el poder de ese sistema sobre los individuos que lo componen. El logro de Foucault es explicitar cómo ese poder está presente en las áreas más pequeñas (que son las más íntimas y personales) de la relación social. Por ejemplo, en la relación que se produce en la consulta entre el psiquiatra (o el psicólogo) y el paciente, en la relación que se produce entre el juez y el acusado o entre las relaciones sexuales de las personas (cómo estas se regulan, cómo desde fuera se trata de imponer una «sexualidad sana»). Al centrarse en las parcelas más pequeñas donde el poder se produce y se hace patente, Foucault les dará el nombre genérico de Microfísica del poder.

También a la inversa. No sólo el sistema social genera ciertos conocimientos o disciplinas (psiquiatría, psicología, criminología, sexología…) para ejercer el poder, sino que simultáneamente esas disciplinas producen y retroalimentan el poder del sistema social: el psiquiatra que impone su saber al paciente y le excluye cada vez más (por lo que hemos comentado previamente que ocurre al imponer las propias palabras en la vida del otro y culpándole del fracaso terapéutico), o el juez que ya no juzga el acto delictivo, sino el «alma» del acusado con el fin de controlar conductas similares, con objeto de tratar de corregirlo permanentemente y que crea, sin darse cuenta, aún más exclusión.

Foucault deja bien claro que no sólo se producen efectos negativos de esta dinámica del poder. De hecho, en algunos puntos es necesaria.

La cuestión, por tanto, no es dinamitar el sistema social ni las disciplinas, sino hacerlas más humanas, hacerlas más éticas para el sujeto que las padece, al que controlan y se imponen.

Y para ello, desde mi punto de vista, es obligatoria la presencia de este sujeto de forma cada vez más patente, cada vez más fuerte.

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En el sistema social que crea saberes y en los saberes que ejecutan el poder, el crimen está en asumir plenamente, por parte de la persona que representa ese sistema y a ese saber en un momento dado frente a otra persona, las dos ideas clave que he ido criticando a lo largo del texto:

1) Que el discurso de la disciplina dice la verdad de forma transparente y completa, por lo que no hay ningún otro discurso que explique y sea mejor que ese en la situación presente.

2) Que además la persona que representa al saber asumiéndolo como real siente que, como ese saber es completo y ella lo tiene, ella es el saber y, por tanto, sus palabras son las únicas verdaderas y las que han de ser compartidas por la persona que tiene delante.

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Así el discurso que debería crear lazo social, unión, reconocimiento mutuo, produce exclusión si la otra persona no se somete a él o no lo comparte.

Así el discurso pasa de ser puente entre personas a ser una herramienta de poder y de creación de obediencia ciega (a riesgo de ser condenado al ostracismo social, a riesgo de ser expulsado o excluido si uno no se inserta en él según las directrices, normas y reglas que marca el propio discurso).

Yo no viví en la época de Lacan y Foucault, por lo que no experimenté el sistema en esos años. Lo que veo es esta época. Y mi experiencia profesional y personal me muestra cómo es constantemente habitual que una persona asuma completamente las dos características antes citadas y cómo las consecuencias derivadas de ellas, si no se tienen en cuenta, se traducen en exclusión.

Lo veo en salud mental (particularmente en el ámbito público, pero también en el privado), en cómo sólo se permite una determinada práctica clínica consistente en imponer al paciente fármacos o técnicas. En cómo la desviación de ese patrón por parte del profesional se traduce en menores posibilidades de conseguir empleo (porque no encaja en el discurso y se le excluye), y por parte del paciente se traduce en justificar sus reacciones como «resistencias» y aumentar los fármacos o aumentar la intensidad de las técnicas.

Lo veo en el sistema sanitario, donde la gerencia política carga al profesional de responsabilidad mientras le desautoriza y es incapaz de escucharle, donde una persona en un puesto elevado asume ese puesto como parte de su ser y produce un poder sometedor y un saber supuestamente indiscutibles (nada sorprendente en cuanto que hablamos de cargos fundamentalmente políticos). Dictaduras cada vez más consolidadas en la microfísica de ese poder.

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Todo esto se embrolla cada vez más al añadirse la variable del «doble discurso». En el ámbito que conozco, que es la salud mental, se muestra de la siguiente forma:

Muchos de los profesionales (y casi todos los gerentes, directores médicos y consejeros de sanidad) dicen, literalmente lo dicen, defender discursos que velan por el bienestar y la seguridad del paciente (discurso de la recuperación, de la reforma psiquiátrica, de la salud mental comunitaria, de la docencia de calidad para los residentes, discurso de la psicoterapia) y, sin embargo, hacen otra cosa. Sus conductas, sus actos, son otros (imposición de fármacos y técnicas). Si no, no se explicaría cómo aumentan cada vez más la prescripción y el consumo de psicofármacos, los ingresos en unidades de agudos por petición de familiares (con el fin de evitar reclamaciones), la normativización de los pacientes con técnicas que sólo modifican su conducta con objeto de alcanzar el ideal social de lo adecuado, la escasa calidad de la docencia de los residentes en algunas áreas de este país (destinados cada vez más a la atención de pacientes y cada vez menos a la formación en diferentes ámbitos de aplicación de los discursos que los profesionales dicen defender), las cada vez más numerosas investigaciones y publicaciones de recorte de recursos con la justificación de que es mejor para todos…

Este doble discurso entre lo que se dice hacer y lo que realmente se hace es consecuencia de la asunción de lo comentado previamente y a la vez un medio para defenderse, para que uno en la soledad de su subjetividad no se cuestione, no se pregunte sobre si su práctica es adecuada o no, no tenga problemas para mantener el nivel de vida con el que la ética económica premia a sus servidores.

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Precisamente por eso el sujeto al que se le imponen prácticas y disciplinas ha de estar cada vez más presente en ellas, ser cada vez más consciente de ellas, con el fin de que él controle a éstas y no éstas a él y eso se hace de dos formas:

1) Luchar por una ética de las consecuencias y no por una ética de las «buenas intenciones». Llegados a este punto, la persona debe juzgar los actos, los hechos que a él le acontecen, de los que él es paciente, no justificarlos como se justifican los discursos que ejercen su poder sobre la persona mediante el argumento de que «la intención era buena». Juzgar esos hechos consiste en decirlos, en hacerlos transparentes frente al discurso del que parten y frente a la persona que los representa. Decirlos, hablarlos, chillarlos. Llevar ante la justicia, la prensa o la persona que representa esa práctica de poder las conductas que ésta hace mientras dice defender otra cosa. No dar cuartel a las intenciones. Definir por los actos. Exigir responsabilidad por los actos y asociarse para lograrlo. Luchar de discurso a discurso, de grupo a poder, no de sujeto a discurso, no de sujeto a poder (ese es el inicio). El primer paso para lograr una ética de las consecuencias es hablar, no callar. Como estamos haciendo todos tan habitualmente. Nuestra palabra es nuestra verdad, nuestro saber, nuestra espada.

2) Autocrítica personal. Cuestionamiento personal. El cambio comienza en uno mismo y la chispa para ello es el interrogante constante sobre nuestras acciones, sobre nuestra práctica, sobre nuestro «supuesto saber». Esas preguntas hechas discurso nos unen a personas con las mismas inquietudes, personas que están en el mismo punto que nosotros. Cuando uno llega a la incógnita que siempre está presente en todos los discursos, en todos los «saberes», se torna ético, humilde, humano. Y en ese punto nace una fuerza imposible de doblegar socialmente. La fuerza del deseo, la fuerza del interrogante que es universalmente compartido. Así se crean lazos sociales sólidos y humanos. Así el discurso se torna lazo social a pesar de ser aparente.

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Evidentemente, el precio de esto es la angustia y el peligro de la exclusión. Ya depende de cada uno asumirlo o no. Pero el único consuelo que encontraremos en la muerte es el creer haber obrado de la mejor forma posible. O lo que es lo mismo, el sentir haber vivido. Y la vida se puede traducir en una sucesión de actos en los que se asume el riesgo derivado de ellos para obtener no un mundo mejor (una persona es demasiado humilde e insignificante para eso), sino juzgarnos íntimamente un poco mejor.

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Claro que todo esto puede sonar como muy idealista. Quizá lo sea, pero aún no conozco nada material producido por el ser humano que no haya sido antes una idea.

Siempre hay formas de hacer frente a la imposición. Nadie hablará por uno si uno no lo permite.

En la vida personal de cada uno primero están sus propias palabras y, después, las de los otros. Hablemos nuestras palabras por frívolas, insignificantes o tenues que puedan parecer. Toda libertad social comienza con una palabra individual.

 

Escrito por Jesús Rodríguez de Tembleque Olalla

Psicólogo clínico del equipo Ágalma


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3 ideas sobre “La posición del saber

    • Ágalma Autor

      Gracias a ti, Nacho, por seguir leyéndonos, aunque sean temas tan áridos y cercanos a la abstracción como estos.
      He utilizado el ejemplo de la Iglesia como muestra de producción de un saber (el cual también se imbrica a un poder) porque es el que me parecía más evidente para ilustrar lo que quería decir, te agradezco tus palabras respecto a esta cuestión.
      Me encanta tu reflexión «del querer saber y poco conocer», me parece muy acertada y la comparto sin ninguna duda.
      Reitero nuestro agradecimiento. Un saludo.

  • Eloísa Salamanca

    Muy interesante, no deja de sorprenderme y «ampliar» mi perspectiva de las cosas, invitando a cuestionar (por si ya yo misma no lo hacía de antes) lo que se da por «cierto» … Gracias